En una ocasión –faltaba menos de un año para su muerte, como recuerda la escritora americana Cynthia Ozick en su libro de ensayos Metáfora y memoria–, Henry James se sintió profundamente herido por una dura acusación de H. G. Wells: «Es un leviatán que recoge piedritas». Wells lo acusaba de que en sus novelas «nadie tenía opiniones políticas definidas, ni religiosas, ni partidismos claros, ni siquiera lujuria o caprichos». James, evidentemente, siguiendo el credo que iluminó tanto su literatura como su magnífico ensayismo literario (según Borges, era sobre todo un autor que escribió «para la morosa delectación del análisis») manifestó que «lo que hace la vida interesante, lo que la hace importante, es el arte». «No conozco –dijo– sustituto de ninguna clase para la fuerza y belleza de sus procesos».