Heridas del viento

Crónicas armenias

Prólogo de Ander Izagirre

 

 

Dimensiones: 22×15 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 978-84-15958-92-5
N.º de páginas: 264

24,00 

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Heridas del viento

Crónicas armenias

Prólogo de Ander Izagirre

 

 

Dimensiones: 22×15 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 978-84-15958-92-5
N.º de páginas: 264

 

«Mendoza se interesa por personas que se asoman a mundos extraños, personas que se mueven entre la investigación y la locura, el arte y el delirio, el estudio y la obsesión».
Ander Izagirre

«Mendoza nos acerca a la historia de este país olvidado a través de relatos mínimos en los que el azar juega un papel importante, a partir de textos íntimos que nos envuelven como si se tratara de los cuentos de Las mil y una noches».
Álex Ayala Ugarte

 

Armenia, el país en el que todo es posible; el país que, como eterna Arca de Noé, pone a resguardo de tempestades humanas y de las otras, variopintas especies de su cultura milenaria. Allí se convive con una historia extravagante en la que persas, árabes, mongoles, turcos y rusos han querido llevar el timón. Aún hoy Armenia, el viejo país de cuatro mil años, el primero de la cristiandad, el que ejerce de bisagra entre oriente y occidente, mantiene más del doble de su población en la diáspora. Ser armenio significa ser superviviente: guerras, invasiones, terremotos, masacres y un pavoroso genocidio que se llevó un millón y medio de vidas, según sus cuentas.

Este libro habla de historias imposibles, pero ciertas. Personajes que levantan hoy el país con mucho amor y mejor humor. Virginia Mendoza entra en sus casas y comparte mesa con algunos de los últimos supervivientes de ese genocidio, visita a los yazidíes que rinden culto a Melek Taus, el Ángel Pavo Real, o a los cristianos molokanes, bebedores de leche; habla con la viuda del constructor de un templo subterráneo para salvar a la humanidad del fuego; nos presenta a los homenajeadores de Jachaturian y a la nieta de una esclava. Voces sabias, a veces llenas de melancolía, pero siempre esperanzadas. No deja de ser una ironía amarga que el símbolo de su identidad, el monte Ararat, esté del otro lado dela frontera como emblema de la presencia de una ausencia. Pero «no intentes comprender. Esto es el Cáucaso», dicen por ahí.