«Tal vez sea la soledad del narrador lo que obliga a configurar el libro en fragmentos, que son tan atractivos que resulta imposible obviar ninguno. O talvez se deba a la propia configuración de la ciudad y al tiempo roto que se impone en la ciudad. La única forma de averiguarlo sería viajar a Hong Kong y relatar desde allí, y después de varios meses de estancia, la experiencia propia. El libro nos invita a ello, y eso es el mejor elogio que se le puede hacer a un libro de viajes».
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